Había una vez un país en el que cada vez más personas estaban sin trabajo o eran pensionistas. Los que trabajaban tenían que mantener con sus
retenciones tributarias el llamado Estado del Bienestar. La balanza se
desequilibraba y las previsiones eran cada vez más pesimistas. Además se
defraudaba a la hacienda pública de muchas y variadas formas. Se había engañado
tanto a los responsables de recaudar tributos que estos desesperados amnistiaban a quienes
quisieran blanquear capitales negros que habían huido del control fiscal.
El Estado, que ya no tenía todas las competencias
estatales por haberlas transferido, debía dinero a los bancos e inversores que
se lo habían prestado y no tenía capitales remanentes para aguantar una crisis
económica tan grave y larga; cercana a cumplir el primer
lustro. Y se le auguraba otro lustro más de duración, por lo menos.
Las medidas equivocadas, tomadas al principio de la crisis,
habían vaciado la caja pública estatal a una velocidad vertiginosa. Se llegaron a dar 400 euros a muchos declarantes, en lugar de exigirles a los defraudadores el dinero que habían evadido.Y para
agravarlo aún más, el resto de las administraciones -que eran muchas-, autonómicas,
provinciales, locales, se estaban endeudando aún más que la estatal. Y algunas de
ellas llegaron a la quiebra técnica.
La situación era totalmente sombría y cada día un guirigay
de voces se alzaba en airada discusión sin que se pusieran de acuerdo los
diferentes intereses de muchos protagonistas. El nuevo gobierno tenía que tomar en solitario medidas totalmente contrarias a las equivocadas del anterior, duras y reformadoras, y lo hacía empujado por los
gobernantes de otros países cercanos que temían lo peor para este estado tan
empobrecido cuando antes era uno de ellos, eso parecía, por el espectacular
crecimiento económico que alcanzado.
Este país, al que se le prestaba dinero a regañadientes a
cambio de intereses muy altos, era ahora una vergüenza para otros estados que
tenían una situación más desahogada. Ello también agravaba aún más la situación
de otros países afectados por la misma crisis, puesto que los
capitales para salvar a países al borde de la ruina no eran infinitos.
Y sucedió que una noche todos los ciudadanos de ese país tan endeudado tuvieron el mismo sueño. Todos habían visto en el sueño cómo las cárceles del
país se llenaban de quienes habían engañado
a los demás robando dinero que no les pertenecía y que muchas veces era
de todos. Quienes mentían con sus embustes diarios, dimitían. Y sólo quedaban
al frente de las instituciones públicas quienes tenían brillantes ideas que
puestas en práctica y sin engaños podían sacar, muy lentamente, al país de la
grave enfermedad que padecía. Igualmente quienes habían engañado
a los intereses públicos vieron que se había descubierto la mentira y se les había restado de
sus bienes el tributo correspondiente. Así, el Estado en cuestión recuperó una liquidez
que había perdido e incluso podría zanjar algunos préstamos próximos a vencer.
Empezaba un gran día para este país que tenía una
oportunidad mágica de recuperar ilusiones perdidas dejando atrás una
época triste y negra. |
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